El libro más viejo de Medellín vive en una caja especial con materiales de conservación permanente para que no le entre la luz ni el polvo, y con papeles libres de ácido, no plásticos. El arte de amar y Remedios para el amor, escrito en latín, la lengua de su escritor, el poeta romano Ovidio, da consejos para cortejar a una mujer, mantener el amor, recuperarlo o evitar sus daños, una información que, por la astucia del papel y la tinta, llegó viva hasta nuestros días.
Lo imprimió el veneciano Johannes de Ceretto, Tacuino de Tridino, el 5 de mayo de 1494. Es el único incunable, por lo menos público, de la ciudad.
Los incunables son los primeros libros que se imprimieron tras la invención de la imprenta, desde Gutenberg –alrededor de 1450– hasta 1500. La palabra viene deincunabula e incunabulorum y significa cuna de un niño o las fajas para ponerlo en la cuna. Algunos expertos, más que en años, se fijan en la técnica de elaboración, explica Róbinson López, historiador del Fondo antiguo de la Biblioteca Nacional, porque aunque en Venecia había recursos y la forma de impresión evolucionó con rapidez, no pasó lo mismo en España. También se habla de postincunables, que van de 1501 a 1530, si bien a veces se alarga hasta 1551.
Fueron tiempos de mucho trabajo. Tacuino, por ejemplo, imprimió de ocho a diez obras entre 1946 y 1500, la mayoría clásicas, como ediciones de Juvenal, Albiflori, Filelfo y el tratado musical de Buenaventura de Brescia.
Uno de 500 años
A las hojas del incunable de Eafit no se les notan los quinientos años. Las letras, visibles todavía, están unas tras otras, en una página en donde solo hay puntos seguidos, ni un punto aparte. Esa era la puntuación de la época. El tiempo ha traído el color amarillo, normalmente por el efecto de la luz, y unas cuantas manchas, que pueden ser de oxidaciones del papel, pero no es más. No tiene portada, como pasaba con los incunables, y sí ciertos detalles tipográficos en azul y en rojo. Las capitulares son grandes con alegorías de animales. En una de las P de El arte de amar hay incluso un hombre que acaricia un perro de nariz puntuda. La que encabeza Remedios para el amor tiene una cuidada ornamentación, parecieran tallos que se enredan en desorden por la letra L.
El viaje hasta la Sala patrimonial de Eafit incluyó atravesar el Atlántico. CuentaHéctor Abad Faciolince, director del centro cultural biblioteca de la universidad y escritor, que estaba en una librería en Noruega. No se sabe cómo llegó a ellos ni cuáles caminos trasegó hasta llegar a Medellín. “Es una edición importante –sigue el escritor–, con comentarios que fueron fundamentales para ediciones críticas posteriores de Ovidio. El texto está en latín y se aclaran muchos pasajes para el lector o traductor moderno”.
Del incunable de la Sala patrimonial de Eafit se supo en septiembre. CuandoHéctor Abad llegó a principios de 2014 a dirigir la biblioteca había dicho que quería uno. “Las bibliotecas de hoy se debaten entre lo analógico y lo digital. En Eafit gastamos cada vez más en bases de datos actualizadas y en libros electrónicos, de manera que estudiantes y profesores puedan mantenerse al día, según el estado de sus especialidades. Al mismo tiempo nos parece importante preservar tesoros de la región y tener publicaciones antiguas que hablen de la historia del libro, de la imprenta. Queríamos un título representativo, y tanto El arte de amar como Remedios para el amor lo son. Es una obra clásica de la literatura amorosa y erótica de Occidente”.
No llegó solo. Otra edición, si bien no de las primeras de la imprenta, se sumó a la sala con 235 años, y a otras joyas que ya estaban allí como la biblia de Pegaso, las primeras biblias traducidas al español, algunas primeras ediciones colombianas de finales del siglo XVIII y el archivo de León de Greiff. El Quijote de Ibarra la hizo la Academia Real de la Lengua, pidiéndole incluso permiso al Rey Carlos III. El encargado de hacerla fue el editor Joaquín Ibarra, famoso por su elegancia y finura.
Se comenta que había muchas ediciones del Quijote, cada vez con errores o cambios frente al texto original. Los de la Real Academia querían una edición igual a las originales, publicadas en 1608 y 1615, cuenta María Isabel Duarte,coordinadora de la Sala Patrimonial. Pensaban en la pureza de palabras y acompañar la publicación con grabados y el mapa de la ruta que siguió el Quijote en España. “Ibarra elabora unos tipos de letra especiales para esa edición, incluso se mandó a hacer un papel especial en Cataluña”.
Una edición que empezó a planearse en 1773 y se publicó en 1780. Esos detalles de cómo se elaboró, que lo convierten en un libro objeto, más el análisis de la obra de Cervantes y un apartado de fuentes y documentos, lo hacen una joya bibliográfica. Según Héctor es la edición más bella que se ha hecho (“se contrataron los mejores grabadores españoles –aunque desecharon a Goya, ¡qué error!–”). La consiguieron con el historiador y coleccionista Roberto Luis Jaramillo, que la había comprado a un librero español en los 80. “Se despidió de ellos besándolos uno por uno”.
Más viejos
Otro Ovidio, pero más joven, está en la Biblioteca Provincial Uniclaretiana, esa ermita antigua construida en 1895 que fue el lugar que encontró el padreGuillermo Vásquez para organizar libros olvidados. El volumen más antiguo de ese estante de ediciones antiguas que hay en el segundo piso es una edición hecha en Venecia en 1550, y contiene parte de los Fastos, pieza en la que el poeta explica el origen de los nombres de los meses, las fiestas, además de mitos y tradiciones. Indica el padre que está en latín, su lengua original, y en el centro de las columnas se pueden leer los comentarios de distintos autores, como era el estilo.
El más viejo de la Uniclaretiana no está solo. “Este Ovidio es parte de un lote de libros antiguos de los siglos XVI y XIX que nos fueron donados por un salvador de libros abandonados en depósitos húmedos y oscuros –comenta el padre Guillermo–. Hacían parte de las bibliotecas de conventos y universidades, colegios y entidades culturales de las órdenes religiosas, confiscados en tiempos de los gobiernos radicales liberales del siglo XIX”.
En ese estante de libros de tapas amarillas, viejas, todas iguales y palabras que no están en español, comenta Ángela María Chica, la bibliotecóloga de la ermita, hay unos 300 volúmenes, religiosos: teología, mariología, patrística, moral católica. “El Ovidio –señala el padre– es uno de los pocos textos profanos de la colección”.
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Por las manos del librero Juan Hincapié pasó un incunable, Las guerras de las galias, de Julio César, pero el libro más viejo que tiene ahora es de 1538. Lo imprimió Pablo Manuzio, hijo de Aldo Manuzio, un importante editor veneciano. Tiene varias de las características de los incunables, como la foliación –venían pegados por folios–, la puntuación continua, el papel –también se usó el pergamino, pero para ejemplares litúrgicos, jurídicos o literarios–, la doble columna, los grabados y el colofón –líneas distintas, al final del libro, donde está el nombre del autor, el título de la obra y el lugar de impresión–.
Juan tiene uno de los primeros ejemplares impresos en Colombia. El Cristo paciente, de 1787, es considerado el primer libro colombiano. Antes de él se habían impreso folletos de pocas páginas, oraciones, catequesis. Aunque en buenas condiciones generales, tiene letras que no se ven, algunas manchas que no permiten leer párrafos, hojas desgastadas. Quizá por las condiciones en que el librero lo encontró: lo tenía un vendedor de libros. Cuando Juan llegó, él sacó un libro viejo y descuidado, y le dijo, “tengo esto todo viejo”. Lo miró, leyó Cristo paciente, y como años antes había visto uno, supo que era importante. “Posiblemente lo hubiera terminado botando”. Lo compró y mandó a restaurar.
El Cristo paciente “tiene características mucho más avanzadas del libro moderno, con normas. Es un libro religioso, básicamente los temas de esa época”, concluye Juan.
La imprenta llegó a Colombia con los Jesuitas. El profesor Óscar Guarín, en un texto de la Biblioteca Nacional, cuenta que solicitaron permiso del gobierno colonial para traer una imprenta a mediados del siglo XVIII, que se dice emplearon para novenarios y hojas sueltas. En 1769 existió el primer impresor en Cartagena, José Rioja, quien le vendió su imprenta a Antonio Espinosa de los Monteros, considerado el decano de los impresores colombianos. “Cartagena fue, antes que Santafé y Popayán, cuna de la imprenta nacional”.
No hay incunables hechos en América Latina, porque la imprenta se demoró en llegar. La primera fue mexicana. En el libro Franciscanos y la imprenta en México en el siglo XVI, Román Zulaica afirma que la fecha histórica, de la que hay documentos, es 1539. Pudo haber llegado unos años atrás, si bien con un problema, la falta de papel. De 1539 hay un contrato, por lo que se fija esa fecha como el momento en el que se estableció la imprenta en ese país. En 1538, el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada fundó Nuestra Señora de la Esperanza, que un año más tarde, 1539, fue Santafé. Bogotá hoy.
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En la Biblioteca de la Universidad de Antioquia el más antiguo es de 1612. Lo heredaron de los frailes franciscanos, fundadores del Alma Máter en 1803.Codicis Sacratíssimi Imperat lustiniani es un libro que, indica José Luis Arboleda, coordinador de colecciones patrimoniales, reúne los códigos que rigieron la Iglesia en el Imperio bizantino, dictados por el emperador y príncipe Justiniano. “En 1612 Dionysius Gothofredus, con apoyo de la imprenta de los Hermanos Landry en Francia, quienes apoyaban la difusión de obras con carácter religioso, logró la impresión del texto en latín con anotaciones en griego. Por esa época no hay una apertura de mercado de los libros, por lo tanto este en particular debió ser costosísimo”.
Su encuadernación es artesanal: pasta en pergamino, hojas en papel de cereales, costura de cuadernillos en cáñamos.
Estos libros viejos no se pueden leer, o hay que hojearlos con guantes, como el incunable de Eafit, evitar abrirlos completamente, no exponerlos a la luz, pasar las hojas desde las esquinas. Algunos dirán que un libro que no se puede leer es una tontería, pero ahí está su importancia: ya no le temen al paso del tiempo...
fuente: http://www.elcolombiano.com/el-libro-mas-viejo-de-medellin-se-toca-con-guantes-1-YD3126881
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