El centro cultural que devolvió el brillo a una antigua estación de trenes en el Perú
La estación acoge exposiciones de arte, congresos de académicos, conferencias, talleres de formación en pintura y dibujo, música, programas educativos, seminarios, círculos de lectura de narrativa juvenil y debates para fomentar el intercambio de ideas.
El enloquecedor silbato de locomotoras y el alboroto de pasajeros en el andén de la antigua estación de trenes de Desamparados, en Lima, fue sustituido por el tránsito más silencioso de la gente que acude a disfrutar de su biblioteca y sus exposiciones.
La Casa de la Literatura Peruana, el principal centro cultural del país, ha devuelto a la terminal ferroviaria el resplandor del que gozó durante casi un siglo.
“A pesar del crecimiento galopante y veloz de la cultura digital, la cultura escrita sigue generando deseo, preguntas, curiosidad y debates en los visitantes”, aseguró Milagros Saldarriaga, directora de la institución.
Cerca del Palacio de Gobierno y a orillas del Rímac, el río que recorre la capital peruana, la Casa de la Literatura a diario recibe entre 1,200 y 2,000 visitantes.
Esa afluencia ha permitido revalorizar la vieja estación, construida en 1912 y venida a menos hacia fines del siglo XX, cuando disminuyó notablemente el tráfico de pasajeros entre Lima y las ciudades andinas del centro del país luego de la privatización de la compañía estatal.
"Este lugar es bastante innovador. De hecho, en Chile no existen lugares como este, tan icónico", dice Augusto Geiger, un abogado chileno de visita en el lugar.
El servicio de tren de pasajeros se mantiene aún, pero sólo circula una vez al mes hacia la ciudad de Huancayo.
Estación de lectores
"La Casa de la Literatura, que es parte del ministerio de Educación, ha quebrado esquemas. No es un lugar cerrado sino un centro cultural público, de diálogo permanente", añade su directora para explicar el éxito de convocatoria.
La gran transformación de Desamparados ocurrió en el 2009, cuando el entonces presidente Alan García decidió recuperarla del virtual abandono en que estaba.
La estación acoge desde entonces exposiciones de arte, congresos de académicos, conferencias, talleres de formación en pintura y dibujo, música, programas educativos, seminarios, círculos de lectura de narrativa juvenil y debates para fomentar el intercambio de ideas.
La biblioteca, con más de 12,000 volúmenes, lleva el nombre del premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa, quien donó parte de su fondo. Zonas de lectura para niños desde los tres años y un café al aire libre completan los ambientes.
En sus espacios de estilo neoclásico, todos reacondicionados, se puede hallar la exposición permanente "Intensidad y altura de la literatura", un recorrido por la historia de las letras peruanas que fue renovado en el 2015.
Pero La Casa de la Literatura también "se ha convertido en vehículo con otras disciplinas", dice su directora. "Buscamos romper con el cuerpo escrito, un lugar para todas las tradiciones poéticas, orales, para pensar como parte de la vida de cualquier persona".
Rimaykusunchis
Rimaykusunchis, "hablemos" en quechua, es un programa dirigido a los que tienen el idioma autóctono del imperio inca como lengua materna y lo están olvidando por falta de práctica.
En este espacio no se enseña quechua sino a compartir, reflexionar, conversar, discutir en quechua a fin de sentir que es útil y necesario conservarlo y trasmitirlo.
Otro de los programas estrella es Abuelos y abuelas cuentan cuentos, que empezó en el 2013. Su objetivo es promover la lectura y la literatura en niños mediante la narración oral.
"No solo se presentan ante niños en Casa de la Literatura, sino también van a las escuelas, a las bibliotecas", dice Saldarriaga.
Mediante este programa los menores aprenden a cantar, usar instrumentos musicales, lenguaje corporal, modular la voz. "Hay un grupo que ha estudiado teoría de la lectura en la primera infancia para trabajar con bebés".
En la actualidad cuenta con 45 voluntarios, abuelos y abuelas de entre 65 y 85 años elegidos entre cientos que se presentan cada año.
La estación, diseñada por el arquitecto Rafael Marquina, cuenta con tres pisos y ocupa un terreno de 3.,000 metros cuadrados, donde funcionaba una rústica estación de ferrocarril y antes un matadero.
Con fachada neoclásica donde destaca un enorme reloj, cuenta con columnas de estilo dórico, naves de vitrales de inspiración Art Nouveau, pasadizos de losetas y madera y paredes decoradas en alto relieve.
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