Escrito por: Octavio Islas / Doctor en Ciencias Sociales, investigador y consultor en INFOTEC, Director de la revista web Razón y Palabra.
En la perspectiva histórica de la comunicología estratégica aplicada a la dinámica organizacional, la década de 1990 fue determinante el reconocimiento a la importancia de los intangibles (Porter y Waterman). La economía del conocimiento – que de acuerdo con Alvin Toffler (2006) dio inicio en 1957, cuando la extinta URSS lanzó al espacio el Sputnik, el primer satélite artificial, detonando la llamada carrera espacial con Estados Unidos - ratificó la importancia de los intangibles en la nueva etapa histórica. Entre los territorios emergentes, abiertos a la ingeniería de la comunicología estratégica, destacaron la imagen pública, la imagen positiva, la reputación - Villafañe, Van Riel, Costa y Fombrun-. No pocos expertos en temas de comunicología aplicada aún afirman que la reputación admite ser considerada el intangible más importante en el imaginario de la comunicología estratégica. Sin embargo, el intangible más importante es el conocimiento.
El conocimiento es resultado de nuestras acciones comunicativas (Nicol, 1989; Habermas, 1989), el conocimiento es comunicación. Por ello Joan Costa -quien introdujo el concepto “Dircom” en el imaginario de la comunicología estratégica- atinadamente afirma que la actividad más importante en toda empresa es la comunicación. Comunicar es trascender. La trascendencia –anticipó Platón- sólo es posible a través de acciones comunicativas y conocimiento. Trascender además supone adaptación. En 1859 Charles Darwin, quien definitivamente revolucionó en su totalidad el sistema de las ciencias entonces vigente, sostenía que las especies que sobreviven no necesariamente son las más fuertes como las más adaptables. La adaptabilidad es resultado de la versatilidad y, por supuesto, de la comunicación.
La apertura de todo tipo de sistemas depende fundamentalmente de la calidad del conocimiento que se gestiona, y de la calidad de la comunicación. La dinámica y evolución de los llamados sistemas aprendientes depende también de la atinada gestión del conocimiento. A comienzos de la década de 1940, Norbert Winer –niño prodigio que a los 11 años ingresó a la universidad, y quien años después dio nombre a la cibernética- anticipó el formidable desarrollo de las comunicaciones digitales. En 1964, Marshall McLuhan adelantó el advenimiento de Internet, el medio de comunicación que definitivamente admite el calificativo de inteligente.
Internet admite ser considerado como un auténtico parte aguas en la comunicación humana, pues define un antes y un después. A partir de internet cobran significado conceptos como “sociedad de la información y el conocimiento” y “sociedad de la ubicuidad”. Con el formidable despliegue de Internet 2.0 entran al escenario histórico los prosumidores, activos gestores de la información y el conocimiento. Estamos inmersos en la compleja transición a un nuevo orden informativo, y pocas empresas e instituciones saben qué rol observar. En la revolución del conocimiento, las organizaciones deben realizar un prosumismo productivo y una extraordinaria gestión del conocimiento. Su supervivencia misma de ello depende.
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