jueves, 9 de julio de 2015

Asegurar la permanencia de los objetos en el tiempo

Algo más que conservacionismo. Fermina Ziaurriz (26) es restauradora, conservadora y colabora como voluntaria con Entidades de no videntes. El saber y la sensibilidad a favor de una sociedad mejor.
Fermina Valeria Ziaurriz tiene 26 años y más allá de cualquier gusto musical, su atención está puesta en cuestiones que demandan tanto de la sutileza como de la vocación, la disciplina, el estudio. Cuando se le pregunta qué significa ser conservacionista -está terminando su tesis en la Universidad del Museo Social- afirma: “Asegurar la permanencia en el tiempo de los objetos; el deterioro es algo que no se puede evitar” y pestañea un segundo detrás de los anteojos de marco negro, finito, como si estuviera chequeando mentalmente la definición, como si le preocupara haber sido tal vez excesivamente enfática.

Se nota que Fermina practica la delicadeza, “el tacto”, como rutina o filosofía de vida. Y con el mismo cuidado con que se ocupa de las páginas de los libros que restaura, desliza los dedos sobre textos en Braille para aprender a leer en ese idioma sensorial y también acompaña a no videntes en visitas a museos.

Micromundos

Fermina cuenta que por su abuelo, que fue bibliotecario del Colegio Salesiano de Río Gallegos, cuando tenía siete años pasó muchas noches “poniendo sellos” y escuchando historias entre anaqueles; que su mamá, una operadora en Turismo, le abrió los ojos al mundo del arte con su colección de la Pinacoteca de los Genios; que su padre, biquímico, le endosó la curiosidad por los movimientos de los micromundos. “A veces me digo, ¡ah, claro!”, comenta como explicándose cómo es que llego a ser conservacionista. Ella conoce “la vida íntima” de los libros, los papeles y se considera “una fanática, una estudiante eterna” de esa disciplina y otras. “En Buenos Aires empecé Arquitectura. Soy de las que caminar por la ciudad no le genera tortícolis. Pero al tiempo me di cuenta de que quería estar más en contacto con los objetos, estar con las manos en la masa. Entonces me pasé a Conservación y Restauración de Bienes Culturales. Arranqué para especializarme en restauración edilicia, pero con la cursada apareció mi afinidad por el papel”.

La especialidad tiene sus requisitos. Entre otros, habilidad manual, consistencia teórica. A eso, Fermina le suma pasión. Y rigor.
Biblioteca Esteban Echeverría, legislatura porteña.
Taller en vivo de Restauración. Feria del Libro, Stand Legislatura Porteña
Los papeles y el tiempo

Al abordar la restauración o la conservación de un libro “yo no me planteo hacer un maquillaje sino devolverle su integridad”, explica. “A los papeles hay que acercarse con respeto. Todo lo que hagamos sobre ellos tiene que ser reversible porque más adelante pueden aparecer nuevos métodos de conservación; métodos superadores y tenemos que dejar habilitada la posibilidad de que puedan ser aplicados”.

Fermina trabaja en la legislatura porteña, el Fondo Antiguo y al frente de su taller particular. Con experiencia en varios salvatajes de bibliotecas inundadas (fotos), incluido el de la Esteban Echeverría, en 2012, donde la rotura del flexible de una caldera empapó a miles de ejemplares, establece diferencias entre conservación preventiva y curativa. “La preventiva no toca el objeto, evita el deterioro controlando las causas. Nosotros, los conservacionistas, analizamos la relación del objeto con su contexto. Nuestra tarea es asegurar la permanencia de los materiales estabilizando sus propiedades físico-químicas para prolongar su vida, su estado, en su soporte original”.

Si no fue lisa y llanamente mejor, todo papel del pasado fue, al menos, de una calidad muy distinta al del papel actual. “Antes de 1850 lo fabricaban con trapos. Después apareció la madera, la celulosa, que contiene compuestos ácidos que generan deterioros. Sin duda, yo prefiero los anteriores”, descuenta ella, que conoció la Biblia Políglota , una reliquia de 1645 en el Fondo Antiguo de la Compañía de Jesús, o que tuvo el placer de restaurar una colección de cartas de misioneros jesuitas de 1700.

Además de la inundación de la Esteban Echeverría, Buenos Aires tuvo la de la Biblioteca Popular de Saavedra y últimamente la de Helena de Buenos Aires (todavía a la espera de una solución). “También estuvo la gigantesca de La Plata. Muchos particulares tiran directamente los libros sin saber que se puede hacer mucho por ellos para salvarlos. Pero siempre depende del valor, de la importancia emocional que tienen para cada uno”.


Elogio del tacto

“Si acaricio un papel me puedo dar cuenta de ciertos acabados, de ciertas cargas que hay en los papeles que se hacen en esta época”, dice Fermina un rato antes de contar que además hace contacto con otras superficies, también de papel, pero simplemente para leer: hace tres años y medio, a su hermana Justina (15) le diagnosticaron glaucoma. Hoy ya no puede ver y utiliza un software de lectura de pantalla mientras aprende el código táctil inventado por Louis Braille. La enfermedad de su hermana motivó que se acercara a la Biblioteca Argentina para Ciegos y a TIFLONEXOS y se incorporara como voluntaria a sus distintas actividades. “Mi empuje inicial viene no solo de la necesidad de aprender, desde las herramientas disponibles hasta las dificultades diarias que transitan las personas con discapacidad visual, sino también de compartir vivencias y conectar con gente, establecer un intercambio de experiencias”.

“Los voluntarios somos un nexo entre el entorno y el no vidente, tanto en la visita a un museo como al Rosedal de Palermo. Intentamos transmitirles una noción sobre lo que hay en cada lugar. Para ayudarlos a imaginar cómo aparecen representadas las cosas en alguna obra determinada se apela a comparaciones como, por ejemplo, decirles es ‘es ocho veces vos’ o nos abrazamos a una columna o, en el Rosedal, los ayudamos a tocar las flores. Y no evitamos hablar del color: podemos describir tonos oscuros o claros”.

“Como voluntaria,yo quiero ser parte de un movimiento de cambio, empujando por una sociedad más inclusiva y mejor, por mi hermana y por toda la gente que conocí en este tiempo y por la no conozco también”, dice Fermina con ese énfasis siempre en equilibrio con la delicadeza.

Vuelta de página y volvemos al universo de la conservación -otra manera de cuidar, proteger. Es el momento de remarcar las nociones que rigen a la actividad: la mínima intervención por parte del conservacionista, el carácter irreversible de las operatorias y la necesidad de dejar documentados todos los procesos de cada uno de los trabajos. Entonces, como ilustración, salen a relucir las herramientas que siempre viajan en la cartera de Fermina: dobladeras de hueso (semejantes a cortapapeles pero sin filo y de formas diversas) especiales para maniobrar las hojas; bisturíes; lupas cuentahilos; pinceles de agua; tiras reactivas (para medir el ph). Después, nos deja intentar reconocer el alfabeto Braille, números, letras, signos que nuestros ignorantes dedos son incapaces de “leer”.

La charla transcurre en el café La Paz de Corrientes y Montevideo. Afuera, está gris, ventoso. Fermina debe volver a sus tareas. Al despedirnos nos recomienda resguardarnos del frío, cuidarnos de esta afonía. Suena lógico, inevitable, lo suyo es cuidar.

Imágenes
  • Imagen 4. Salvataje de la Biblioteca Esteban Echeverría (2012).
  • Imagen 5. Reparaciones mínimas de libros en el stand Legislatura. Feria del Libro 2013.
  • Imagen 6. Capitel rustico bordado para modelo de libro en pergamino
  • Imagen 7. Salvataje de la Biblioteca Esteban Echeverría (2012).

© Cortesía de Tabasco Rivas | CLARÍNViernes 26 de Junio de 2015 | Publicado en edición impresa
http://www.lucasdeleyden.com.ar/revista/articulo.php?id=223

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