Lo que hoy en día conocemos como Open Access (OA) o acceso abierto a
la información científica se inició en el año 2001 con una carta que
algunos prestigiosos investigadores dirigieron a sus colegas
pidiéndoles que se negaran a publicar en revistas en las que no les
concedieran el derecho a usar libremente sus artículos por lo menos en
el plazo de seis meses después de su publicación. El movimiento se
consolidó y se conoce actualmente como Public Library of Science y dio
lugar a iniciativas tales como SPARC o PubMed Central, entre otras
muchas, que han servido para consolidar alguna de las dos "vías" que
deben conducirnos al acceso abierto de la información científica: la
vía verde (repositorios) o la dorada (revistas).
El acceso abierto se ha difundido y es conocido a partir de lo que
se denomina como las tres B del OA, esto es, las declaraciones a favor
de éste realizadas en Budapest en 2002 y en Bethesda y Berlín en 2003.
Después vinieron muchas más, cada vez menos formales, cada vez más
aplicables. Cada vez con mayores dificultades para no aplicarse, sobre
todo a partir del hecho que los organismos que las suscriben son los
mismos organismos que organizan y financian la investigación, tales
como por ejemplo el European Research Council y el European Research
Advisory Borrad, los consejos de investigación científica del Reino
Unido o, hace apenas unos días, el Irish Research Council.
El movimiento se basa en el convencimiento de que la libre
circulación de las ideas no sólo es un derecho humano, sino que se
trata de un instrumento de mejora de la propia ciencia. Sin embargo,
¿qué significa concretamente poner y disponer del conocimiento
científico en acceso "abierto"? La polisemia del término se halla en la
base del éxito de la iniciativa pero al mismo tiempo es motivo de
alguna confusión y debate. Por un lado, "abierto" significa que el
acceso es libre y sin pago alguno, por otra parte, también implica que
el derecho de copia del documento no puede ser retenido por nadie en
exclusiva.
Las revistas impresas, que en los últimos 350 años han sido el
vehículo fundamental de la diseminación de la información científica,
se han basado precisamente en los dos principios opuestos al OA. Los
autores cedían a los editores el derecho a realizar copias de los
artículos y éstas cobraban a los lectores los costes (y los beneficios)
de hacer revistas. A pesar de ello, existen revistas OA: son revistas
mantenidas por esfuerzos voluntarios o por patrocinio, o basadas en el
modelo de negocio de traspasar el coste del lector al autor. Éste paga
por publicar, retiene el derecho de copia y deja sus trabajos en acceso
libre (gratuito). Existen más de 3.300 revistas OA, que supondrían un
12 % de las revistas científicas, es decir de aquellas que se publican
bajo el mecanismo de revisión por pares. ¿Son muchas o pocas?
Queda claro que en estos momentos editar revistas comporta costes y
beneficios. Ambas cosas. Costes, porque cualquier revista OA tiene
que obedecer a algún modelo de negocio (trabajo voluntario, patrocinio o
pago por parte del autor), y beneficios, que reciben empresas
comerciales (algunas y muy poderosas) pero también asociaciones
profesionales que los usan para generar servicios a sus asociados.
La alternativa podría ser seguir la vía verde del OA y archivar los
trabajos científicos (los artículos, pero no tan sólo éstos) en
repositorios (institucionales, colectivos o temáticos). El nivel de
autoarchivo en abierto no parece –de momento– que tenga mayor éxito que
el de las revistas "doradas". ¿Qué es aquello que lo obstaculiza? En
teoría la política de retención del derecho de copia de las revistas,
pero éstas cada vez más han suavizado la política de retención de
derechos de copia y en muchos casos permiten depositar los artículos
revisados por pares, si bien algunas veces con un período de embargo,
normalmente de seis meses a posteriori de su publicación.
A pesar de todo, los depósitos de publicaciones científicas están
muy vacíos. Y el motivo no reside en la dificultad de ponerlos en
funcionamiento. Hacerlo tiene, ciertamente, un coste pero éste no
resulta prohibitivo. Existe un programa libre de calidad y probado que
tiene unos niveles de interoperabilidad notables y el mundo científico
ha hallado en bibliotecas de todo el mundo agentes activos y
capacitados para su gestión. Los motivos los tenemos que encontrar en
alguna otra parte. La puesta a disposición de la producción científica
propia no tiene detractores y sí, en cambio, algunos apóstoles activos,
sin embargo se mueve en un entorno de desconocimientos y de
indiferencias notables.
Los autores de trabajos científicos, presionados por publicar allí
donde se les reconozcan los méritos (en las revistas que disponen de un
sistema de medida de citaciones), no ven motivo alguno para apartarse
de unas prácticas sólidas y adentrarse por caminos desconocidos que les
suponga más trabajo, incógnitas y ningún beneficio claro y reconocido.
Los estudios existentes sobre que los artículos en acceso abierto
reciben más citaciones que los que no lo son, no son, a mi entender,
concluyentes; y, aunque lo fueran, estos resultados forman parte de una
nebulosa de desconocimiento e indiferencia de los agentes de la
investigación. En resumen, y dicho de modo sencillo, nadie es premiado
por el hecho de depositar los trabajos en un repositorio, pero tampoco
castigado por nadie si no lo hace. Es por esta razón que lo que se
acaba estableciendo como elemento fundamental en la agenda de aquellos
que postulan a favor que, bajo ciertas condiciones, el depósito sea
obligatorio.
La European University Association (EUA) creó un grupo de trabajo
sobre el OA que se reunió en diversas ocasiones a lo largo de 2007 y
que preparó unas recomendaciones que fueron aprobadas el pasado día 26
de marzo en la asamblea que tuvo lugar en Barcelona. ¿Qué se propone en
la "Declaración de Barcelona"? En ésta se dan recomendaciones en tres
niveles distintos: a los rectores de cada universidad que pertenece a
la asociación, a las conferencias de rectores de cada estado y a la
propia EUA.
A los rectores de las universidades se les recomienda que tengan
políticas y estrategias activas para hacer que los productos de la
investigación propia de sus universidades sean accesibles de forma
abierta, que lo permitan creando un depósito propio o participando en
uno colectivo siguiendo las pautas de la red europea de repositorios
científicos DRIVER y teniendo una política que requiera (que obligue) a
depositar sus publicaciones en sus repositorios.
A las conferencias de rectores se les recomienda que trabajen con
las agencias que financian la investigación y con los gobiernos para
implementar el requisito del autoarchivo en un repositorio, es decir,
deviniendo OA aquellas publicaciones emanadas de la investigación
pagada con fondos públicos.
Finalmente, a la propia EUA se le recomienda que actúe para que la
investigación financiada por la Unión Europea tenga también un mandato
de autoarchivo en algún repositorio.
Fuente: http://bid.ub.edu/20angla4.htm
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