miércoles, 28 de octubre de 2015

Historia del Señor de los Milagros


El Señor de los Milagros, imagen venerada por peruanos y extranjeros en el Perú y alrededor del mundo, es una de las manifestaciones religiosas más numerosas del mundo católico.

Historia del Señor de los Milagros



En el siglo XVII, Lima contaba con una población de 35 mil habitantes, cantidad que se iba incrementando con la llegada de miles de personajes atraídos por la prosperidad y riqueza. Además, era común el tráfico de esclavos quienes llegaban procedentes de Africa Occidental, clasificados por castas: Congos, Mandingas, Caravelíes, Mondongos, Mozambiques, Terranovos, Minas y Angolas.

Precisamente, los angolas fueron llevados a la zona de Pachacamilla en 1651 y al estar instalados, se organizaron para construir sus cabañas o callejones divididos en habitaciones, en donde rendían culto a distintas imágenes o santos. Estos actos les recordaban su libertad y cantaban siempre en su lengua nativa. Ellos también se preocupaban por los enfermos, y que tuvieran un entierro decente.

Los negros angola eran el grupo más numerosos entre los esclavos negros, pero no eran muy valorados (eran los más baratos) porque eran considerados como pusilánimes, enfermizos y pocos propensos a la cristianización.

Un grupo de negros construyeron una cofradía en el barrio de Pachacamilla, llamado así porque habitaron allí unos indígenas de la zona prehispánica de Pachacamac. En una de sus paredes de adobes, un negro angoleño, bajo inspiración divina, plasmó en 1651 la imagen de Cristo crucificado. La imagen fue pintada al templo en una pared tosca, cerca de una acequia de regadío y con un acabado imperfecto. El esclavo angoleño no tuvo estudios de pintura y ejecutó la obra por su propia fe y devoción a Cristo.

El 13 de noviembre de 1655, a las 14:45 horas, un fuerte terremoto estremeció Lima y Callao, derrumbando templos, mansiones y las viviendas más frágiles, generando miles de víctimas mortales y damnificados. El temblor, afectó también la zona de Pachacamilla, donde todas las paredes del local de la cofradía se derrumbaron menos una: el débil muro de adobe donde estaba la imagen de Cristo, quedó intacto y sin ningún daño. Fue el primer milagro.

Tras ese milagro, se efectuaron reuniones para venerar la imagen los viernes por la noche. Los pobladores llevaban flores, perfumaban el ambiente, entonaban plegarias y con el correr del tiempo fue aumentando la peregrinación. Viendo con malos ojos todos estos hechos el Párroco de San Sebastián, José Laureano de Mena, hace de conocimiento al entonces Virrey Conde de Lemos, Don Pedro Antonio Fernández de Castro que intervenga como autoridad, para que prohibiese las reuniones y que diera la orden irrevocable de borrar al Cristo, ya que, según su criterio, estaba fuera de los cultos religiosos



El virrey mandó al promotor Fiscal del Arzobispado José Lara y Galván, quien verificó la existencia de la imagen de Cristo Crucificado. Dictaminó que se borre la imagen entre los días 6 y 13 de setiembre de 1671. El primer en intentarlo fue un pintor indio, quien al momento de subir por la escalera, sintió temblores y escalofríos, teniendo que ser atendido para proseguir luego con su tarea. Pero fue tal su impresión que bajó raudamente y se alejó asustado del lugar.

El segundo hombre se acercó a la imagen, pero algo vio en ella que le hizo desistir de raspar la imagen. El tercero, fue un soldado real de ánimo más templado, éste subió, pero bajó rápidamente explicando luego que cuando estuvo frente a la imagen, vio que ésta se ponía más bella y que la corona de espinas se tornaba verde.

Ante la insistencia de las autoridades por borrar la imagen, la población manifestó su disgusto y comenzó a protestar. Por ello, el Virrey y el Vicario del Arzobispado, decidieron revocar la orden y el Vicario autorizó su culto. Tras una visita del Virrey, se dispuso el levantamiento de una ermita provisional y el 14 de setiembre se celebró la primera misa oficial en la ermita.

El 20 de octubre de 1687, otro violento terremoto arrasó con Lima y el Callao, derribando la ermita edificada en honor al Cristo. Pero como sucedió anteriormente, la imagen del Señor quedó en pie, por lo que se ordenó la confección de una copia al óleo y que saliera por primera vez en andas por las calles de Pachacamilla. 


Costumbres antiguas del Señor de los Milagros
Algunas de las costumbres que matizan la historia del Señor de los Milagros tienen su origen en épocas virreinales, incluso desde la primera vez que el Cristo de Pachacamilla salió en procesión tras el terremoto de Lima en 1655.

Por ejemplo, la presencia de los ''Penitentes'' perdura desde siempre. Son los personajes que acompañaban al Cristo Moreno durante la procesión, agradeciendo por los milagros concedidos  lo que implica también realizar una promesa ante la venerada imagen a cambio del favor solicitado.

Una de las formas que los penitentes empleaban para mostrar su gratitud ante el Señor de los Milagros, es el de seguir la procesión descalzo, sacrificio duro si se tiene en cuenta la magnitud y el enorme trayecto de las andas durante su salida procesional. Poco importan los daños físicos que pueda causar esta promesa, pero el enorme valor espiritual que tiene para los fieles los hace transitar año a año el largo camino del Cristo Moreno sin calzado que los proteja.

Son varias historias las que se escriben con relación a los ''penitentes''. Tenemos a aquellos que reciben la cura a alguna enfermedad y que al verse beneficiados por un milagro del Cristo Moreno, deciden acompañar la procesión año a año sin importar que la edad avance.

Las ''Zahumadoras'' eran en la época de la Colonia, mujeres que provenían de la clase alta de Lima y que se dedicaban a adorar al Señor de los Milagros  echando en el camino carbones encendidos y el zahumerio, una resina aromática y que le daba mayor vistosidad al transitar del Cristo de Pachacamilla por Lima.

Ellas iban con el pelo arreglado, trajes de seda y muchas joyas que eran algunas de plata y otros de oro. Con el paso de los años, este servicio no conoció de clases sociales pero tampoco dejó de lado su importancia en el andar de la procesión. Las zahumadoras encabezan el largo camino del Señor de los Milagros por delante de las cantoras, arrojando el zahumerio e incienso que le dan un toque más de solemnidad a la celebración.

El Señor de los Milagros es el resumen de un sin fin de tradiciones y de historias, que no conoce del paso del tiempo, pues perdura año tras año durante el mes de octubre.

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